Debo admitir que adoro la sensación de apagar el interruptor. Ahora si, ahora no. Me gusta involucrarme en contradicciones que no llevan a ningún lado y que de repente, sin saber como, nunca existieron. Derrocho mi cariño con quien pretenda mantenerme a su lado, quien sin dudarlo haya puesto el lazo alrededor de mi cuello y me haya hecho caer en su engaño. Del para siempre, del nosotros, del nunca habrá abandono. Me gusta la sensación de no sentir afecto hacia las personas, a excepción de pocas, pocas que me acomodaron en su lecho. Odio tener la sensación de que me preocupo por aquel que no quiere quedarse a mi lado. Pero lo que más odio es la ingenua idea de odiar a todos pero negar siempre su lado malo. Ver oportunidades, bondad en aquellos que no te lo han demostrado. Y seguir luchando a ciegas por un abrazo. Por que se que en el mundo hay raritos sueltos como yo, personas que se comunican con los gestos y los abrazos, personas que se miran y en un cruce se han hecho el amor tres veces si fuese necesario. Personas que se ríen de si mismos, de los demás y no necesitan tener a nadie a su lado. Bichos raros que quieren buscar aventuras con alguien que jamás le prestará su mano. Porque la aventura, la locura y la sensación de vivir esta en intentarlo.
viernes
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