De vez en cuando cierro los ojos y pienso en ti. Esto me relaja mucho. Incluso si me concentro mucho siento tu respirar. También cuando hablas, aunque no te entienda. Veo ese azul que nunca antes había imaginado. Huelo tu perfume a sal. Incluso siento el calor del sol en tu piel. Y es que te prometo que nunca antes te había conocido así. Tan profundo, con tanta calma pero cuando es necesario siendo salvaje como eres: el mar.
Tampoco pensé que el color de las piedras se volvería en uno de mis favoritos. Qué esos edificios me darían la tranquilidad de sentirlos hogar. Fue pisar sus calles y pensé que no volvería a la gran ciudad. Tu me atrapaste, cómo los peces en las redes. Como los cangrejos en las piedras. Y no lo sé aún, pero de alguna manera te quise. Y prometí que en algún momento nos encontraríamos. Nos enamoraríamos en todas nuestras versiones. Cuando mi piel esta morena por el sol, cuando esta blanca, cuando se haya ido este ardor. Te he visto llorar y aún así has sido lo más hermoso que he visto jamás. Te he visto enfadado chocando contra las cuevas y queriendo escapar. Pocos lo entenderán pero no es fácil admitir que te ha superado esta calamidad. Necesito verte y necesito hacerlo ahí donde estás.
Porque no pensé que tus calles tuviesen nombre, ni las guiase tu piel. Tampoco supe que el agua del que tanto me obsesioné me daría sed. No entendí que al beber de tu boca volvería ahí. Qué de alguna forma ahí volví a resurgir. Tú le diste forma a todo aquello que pensé que sería una fantasía. Tú volviste a los lugares donde fui feliz. Y tus brazos me rodearon como las olas del mar. Y tus suspiros olían a sal. Tus abrazos me calentaron como el sol que reflejaba el agua. El de aquel verano. El de este invierno. Al que de alguna manera quiero volver sin mirar atrás. Confié ciegamente, volví a creer. Y de repente tú volviste bajo tu propio pie. En ese momento lloré. Nunca antes había visto el atardecer.