Si te digo la verdad, llevo tiempo con el piloto automático. No tengo muy claro cuál es la dirección que estoy tomando pero cada día estoy más orgullosa del camino que poco a poco voy trazando. No me puedo creer que a día de hoy dentro de un mes este mirando otro cielo. Los mismos edificios de Madrid con los que antes soñaba, imaginas tener una casa en el centro, decía. Ya no puedo soñar con ello. Creo que nunca será posible. Pero me hace muy feliz pensar otras posibilidades en este mundo. Posibilidades tan grandes que ni siquiera puedo pensar en ellas, solo con conseguir aquello que siempre he deseado: felicidad. La tranquilidad de ver el mar, la tranquilidad de estar yo conmigo misma y pensar que no me hace falta nada más. Tengo miedo, eso no cabe duda. Pero qué bonito es este miedo. Llevo meses pensando en lo rota que estoy, en como día a día sigo recogiendo los pedazos que todavía no recompuse. Yo que creí firmemente en el amor, hoy en día no creo en él. No de la manera que yo pensaba. Existen otros tipos de amores, por supuesto. Principalmente el de mis amigos, que son los que me hacen realmente feliz y los que me apoyan en todas mis decisiones. Pero ya no creo en el amor romántico como creía antes, no creo en las sonrisas que te vendrán a buscar a un aeropuerto y que se ilusionaran por tu llegada. No recuerdo la última vez que sentí mi corazón latir con fuerza, nerviosa de volver a ver a alguien. A veces lloro muy fuerte, me abrazo a mí misma porque sé que es la única compañía que siempre tendré y pienso que fue muy fácil vencer. Pero a diferencia de antes ya no tengo miedo. No tengo miedo a volver a caer, no tengo miedo volver a ilusionarme. Porque sé que no sucederá en mucho tiempo. Pero qué bonito es volver a nacer, aunque sea con las alas rotas.
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