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domingo

Vivimos en un mundo de hipócritas, decían. Puede ser. Ninguno se salva, somos falsos de cara al público, dueños de mil personalidades que siempre acabarán haciéndonos daño. Tratamos de aparentar que poseemos la felicidad, somos aquellas personas que afirman que la felicidad consiste en ayudar a los demás pero siempre queremos salvar ante todo nuestra identidad. Entonces acaba siendo un bucle vicioso donde ninguno tiene razón. Consumimos nuestra personalidad con capas de falsas miradas, sonrisas que no llevan a nada, palabras que acaban siendo mentira y confianza que nunca existía. Una pérdida de tiempo, diría. Las personas desaparecen de nuestra vida porque dejamos de ser lo que ellos querían, nos convertimos en libres mustangs que corren por las praderas con la única necesidad de respirar, al margen de lo que opine la sociedad. Y así, desaparecemos. Nos culpamos los unos a los otros de nuestra ausencia. La confianza ha sido menospreciada porque un día un imbécil dijo "si quiere algo que venga él". El orgullo, autor de crímenes y engaños, de falta de besos y abrazos, amigo de la distancia y muy cercano al odio. Odio hacer daño, odio engañar a mis cercanos. Pero lo que más odio es que esta sociedad me esté engañando.

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