No soy Bon Iver. Tengo 23 años y aún no he vivido lo suficiente. Soy una persona muy dramática, lo sé. Pero algo que aprendí a lo largo de mis muchas vidas es que los sentimientos deben seguir ahí. Porque son lo que nos hacer son. Porque no importa las veces que las lágrimas nazcan de tus ojos con un "inútil" de fondo, ni un "es que te encantan las escenas". Hace mucho que me alejé de mis sentimientos. Quizás porqué estaba viviendo una realidad paralela a lo que jamás conocí: el amor.
La personificación del 'estoy ahí' y las ganas de vivir. De querer llorar ante un atardecer seguido de un 'te quiero'. Me desacostumbré a decir lo que siento porqué creía que mis palabras nunca llegarían al nunca jamás. Y ahí estaba él, con lágrimas ne los ojos, aún no sé si de felicidad. Solo de escuchar mis palabras. De saber que era real.
Me siento inútil, la verdad. Tengo un gran potencial el cual no puedo regalar. Y la vocación que sentía no la veo ni aunque sueñe con meses atrás. ¿Es este mi futuro? Algunos me lo niegan, otros lo recalcan: márchate ya. Pero no puedo abandonar la felicidad. Ni a ella ni a su perfume. Ni su bondad. ¿Sabéis acaso lo qué es abrir los ojos y haber añorado eso durante el resto de vuestra vida? O los pensamientos de 'ojalá se cumpla en mi vejez y más allá' donde todos nos puedan envidiar. Me quedo con tus sueños, con la admiración que siento de verte volar. con tus 'ojalas' y mis ganas de quedarme una vez más. Porque esta felicidad que siento en el fondo, no la volveré a sentir jamás. Porque ha habido muchos pero ninguno que rompa mi coraza de metal. Y ninguno que se fusione tanti que no haya ninguna mitad.
Y si. Que tu lo supieras, apretaste el gatillo.Me diste la libertad de respirar y darme cuenta de lo que siento: felicidad. Que cuando yo escribía pensé que podría escribir los versos más tristes cualquiera de esas noches. Y ahora no me hace falta. Llorar, ni relatar, Solo vivir lo que tú me diste. La libertad de besarte sin el miedo a que rechaces mis besos, el capricho de extender los brazo y que ahí estñe tu abrazo. Y de repente, quiero dejar de respirar con tu cuello entrelazado con el mío. Hasta que me ahogues en tu cordura y con ella nos hagamos un mantel de insensatez.
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