No es la primera vez que trato de escribir sobre sentimientos y no existen palabras. Sólo en momentos de ira o rabia hablo sobre situaciones prácticamente independientes de mi corazón. He escrito a hombres que me han hecho llorar, también a imbéciles que se han dedicado a hacerme creer que les daba igual. Ahora no escribo, ni sueños, ni sobre el deseo de amar, ni sobre besos efímeros ni cartas que nunca llegaran. Prefiero hablar en silencio.
No hago más que diseñar tácticas para enfadar, mantener mentes ocupadas, hartas de rabiar. Para luego desencadenar en besos. Busco miradas en espejos por mantener el respeto, sonrío sabiendo que me está mirando solo por ponerme nerviosa mientras quiero matarlo. Y me gusta, porque después de minutos pensando, entristecido, sin saber que decir, me abraza, riendo, posiblemente maldiciendo a todos mis muertos pero para mí, en ese momento, no hay nada mejor que besar las comisuras de su sonrisa.
A veces necesito algo más que un par de minutos a su lado, trato de eliminar miedos, tonterías como enredarme en sus manos. Estar tumbada en su pecho es delicado, hace olvidar que estoy hasta arriba de compromisos y que si quiero, me duermo. Encuentro la tranquilidad que quiero para evadirme y volver al cielo. Me estiro, me tiro al suelo y sé que siempre me va a coger, nunca me deja caer. Sé, que estoy loca, a veces algo complicada de entender. Suelo perder el ritmo, un día hiperactiva, al día siguiente "no me vayas a mover". Pero siempre, siempre, sonríe, como si no tuviera defectos. Y eso me da miedo
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