Llueve y para mí ya todo ha cambiado. No es la típica lluvia de verano, quizás es que tenga un instinto extraño o una percepción diferente. Huele a Septiembre, a otoño. Huele a etapas nuevas y grandes retos. Mantas asfixiantes, velas aromatizadas. Las luces de mi habitación recobran su calor. Y los tonos marrones vuelven a ser mi color favorito. Me asomo a la ventana, me riega las plantas y es que para mí ya no llueve. Más bien florece. Y mi mente imagina mi vida como una película en tonos sepias, los paseos, el frío, las chaquetas. El sol escondiéndose temprano, tímido porque parece que ha quedado. Los árboles desnudándose con esos colores tan cálidos. Y tú a mi lado. Enredado tus pies con los míos, robándome abrazos, paseos largos, tu brazo rodeando mi cuello y yo sintiéndome bajita por ser tú tan alto. El calor de tus manos. Besarte la nariz con mi fríos labios. Empapar mi vida de recuerdos juntos y sentir que ahora empieza lo bueno. Que has sido y serás mi billete en primera clase alrededor del mundo, mi equipaje, la taza de té que busco a tientas cuando quiero dormirme. Eres esos pequeños detalles que me sacan pequeñas sonrisas a lo largo de los días. Eres mi alegría. Eres.
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