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martes

Walls

A veces me da por recordar, imagino que es una cosa común en todos los humanos. Septiembre llama a las puertas y el verano ha acabado. A menos que lo quieras hacer más largo. Empezó con descanso, siestas largas de esas que dejas todo empapado, mañanas en el campo, corriendo, saltando, escalando. Siempre con una sonrisa. Tu y yo nos hicimos una, sin saber cómo, otra vez. Londres me enamoró, cómo no, una vez más. Me vi empapada de felicidad recorriendo las calles de lo que algún día me gustaría llamar hogar. Recuerdo que vino conmigo, mi mejor amigo, mi plena confianza y por primera vez en mi vida, me volví transparente. "Tienes suerte de viajar con ella" decían. Porque me sentía libre, mi alma saltaba de alegría en cada paso que daba, me dejaba rozar por el sol, no me importaban las gotas que manchaban mi cara. Y es que las noches eran tan largas con cerveza en mano, música a lo alto y el London Eye frente a mis ojos. Era jodidamente feliz. Viví paseos románticos de la mano de un gran amigo, fusioné mis labios en los atardeceres más bonitos de Greenwich y soñé en los suburbios de Mil End, el sitio al que un día cuestioné como ecosistema personal. Sentí que estaba enamorada. Pero volví y me condené yo sola.



Discusiones, peleas, nostalgia, porque te fuiste, porque me quedé. Conocí a grandes Galanes de Madrid, personas que recuerdo con amargura en momentos como estos. Tuve una época de película pasando las noches en cines de verano, conduciendo rápido por la autopista a horas insospechadas. Sentía como mi felicidad se basaba en el mero hecho de sentirme viva alimentando a la agotadora adrenalina. Pero solo era un muro para enmascarar la amargura de volver a empezar, de sentir que nunca encontraría mi lugar. Me vi rechazada, menospreciada, insultada por personas por las cuales daría mucho más que la espalda. Conocí a personas fantásticas a través de internet que lo único que hacían era llenar mi vacío de soledad. Intenté querer a alguien y ese alguien intentó quererme. Y nos quisimos en la utopía de nuestras mentes. Así que lloré durante noches. Hasta que decidí hacer lo que mejor se me daba: Huí.

Lejos, salvaje, con gente que sería incapaz de juzgarme. Volví feliz, volví siendo yo, liberada, sin cadenas, sin tristezas, viva. Pero cerré puertas. No más discusiones, no más peleas, no más amores. Esta vez, era un tiempo para mí. Para vivir, crecer, conocer. Así que te conocí a ti. Y en ese momento, todo lo escrito, no valió para nada. Porque abrí puertas, discutí, peleé y hasta me enamoré. Y todos los planes que tenía, las ganas de ensimismarme, crecer, se rompieron. Porque quise reír, vivir, conocer(me), compartir, discutir, soñar, planear, amar contigo. No estaba(s) en mis planes. Menudo muro con el que me choqué. Pero qué muro.

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