miércoles
Cold blood
Cinco de la mañana, suena el despertador. Parece que tan solo han pasado unas horas y llevo desde las Díez en un sueño profundo. Y me quiero quedar. Me quiero quedar porque siento que mis pies ya no quieren avanzar, porque no quiero ver los mismos rostros mustios de cada mañana en el autobús. Me quiero quedar porque no quiero caminar como un perro con el rabo entre las patas, ni quiero tener que esconderme simplemente para respirar. Me quiero quedar porque quiero acumular un poco de ese positivismo que mis amigos más cercanos dicen que poseo como si se tratara de un don. Que soy una persona que parece caminar en un mundo paralelo con césped recién cortado, mojado, lleno de flores y unicornios. Ahora mismo me da la sensación que de cualquiera de los presentes podría ser un dementor. Y nada ayuda. A veces un gracias, una mirada. Pero por el resto, está todo podrido si hablamos del alma.
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