Hay que ser muy hijo de puta para enamorarse de la tristeza de alguien.
Si te quisera ahora, dime, donde quedaría mi libertad de cambiar de opinión. Mi libertad presa. Mi libertad de cambiar de opinión presa del sufrimiento tuyo. Aquella única cosa que me llevaría a una isla desierta: un billete de vuelta. La libertad de poder volver. El triunfo de retroceder frente al de avanzar. Si no te quisiera ahora, dime, si me hubiese perdonado quererte antes. Al principio de este intento de poema.
Quien te hace doler recuerda antiguos homenajes. No obstante, lloras funestamente y evocas tu locura y hasta quisieras extraerla de ti como si fuese una piedra, a ella, tú solo privilegio.
Poder no es querer tu cabeza cortada en mi mano, es ciento volando.
No edificaré tus muros, no arrancaré tu deseo de abandonarme, tú necesidad corrosiva de hacerme una pequeña parte del daño.
Puedo escribir del dolor que siento, pero jamás de quién me lo provoca. Alguien que me provoque un dolor como para escribirlo: no merece ni una sola de mis palabras.
Cuantas veces tengo que decirte que no te lo puedo decir.
Creo que me siento como si llevase años pelando un mandarina y hubiese dentro un guisante.
Tengo una herida abierta en la mano y tú no dejas de culparme de los rastros de sangre. Esta es la metáfora más bonita que se me ha ocurrido para hablarte de dolor. Y es horrible.
Quiero protegerme con toda la fuerza de mis reencarnaciones y quiero hacerme el amor como solo yo podría hacérmelo.
Propio.
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