Podría venir, arrodillarme a tus pies y decirte: Tenías razón. Vería tu rostro degustando ese placer de saberlo todo y sabiendo que estoy hundida en el subsuelo. ¿Hoy? Exceso de información. Quizás mis movimientos no eran los apropiados, incluso me atrevería a decir que mis palabras tienen todo el derecho de ser juzgadas. Eso, amigo, se llama rabia, querer darte el mayor guantazo de la historia pero frenarme al ver tu cara, ver ese verano que se pasó tan rápido, como perdía los estribos y me cogías en brazos o como si de cualquier saco me tratara y prepararte para lanzarme al agua sin remordimiento alguno solo para verme sufrir, escuchar mis gritos de súplica con los cuales sonreías. La de veces que me callabas para que mis palabras dejaran de sonar tan ideales. Lo único que pude hacer fue pronunciar un “gilipollas” y un “te odio” separado de otro “gilipollas” por llantos y retención de lágrimas. Quizás ni siquiera tuviesen sentido, pero por lo menos sé que no se trataba de una conversación, se trataba de una recriminación, en todos los sentidos, por parte de una persona tolerante y respetuosa con cero por ciento de rencor. Me avisaron, sin duda, personas de confianza, por supuesto pero si tuve un plan, estaba dispuesta a continuar, si llevaba prácticamente un mes ocultando mi secreto ¿por qué debía abandonar? ¿Por qué es un egoísta? Si, es posible, por egoísta, por desconocido, por… No lo sé.
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