martes
O'Marisquiño 2o12
Llega diciembre, quiero decir, poco a poco va terminando y muy típico de este mes es plasmar en un escrito todos aquellos recuerdos vividos. Dos mil doce no ha sido lo que se dice el mejor año. Pero hay un único recuerdo que hace que se me erice el vello, y no es de miedo, es de emoción. Agosto llegó con la sorpresa de ser una niña mimada, Dios, no imaginaba ir a ningún lado si no era en un brillante carro, no me bastaban las ruedas de mi patín, quería velocidad. Vestidos, faldas, maquillaje, ser su encanto. Cenas, velas, antojos innecesarios, algún que otro capricho, además de vivir a base de engaños. Y la única que salía perjudicada era yo. Ya no había comidas en el retiro, ni largos paseos por el rastro, dejaron de existir los típicos revolcones en el césped, tan normal del verano. Las amistades se fueron alejando, estaba perdiendo pero no me importaba, supuestamente tenía un ser amado. Aunque bueno, en mi ausencia el amaba a otra y luego era yo la que besaba sus labios.
Con el tiempo, decidí embarcar en ese avión con la promesa de que nada habría cambiado. Cuanta mentira hubo en esas palabras. Nunca imaginé que seiscientos kilómetros lejos de Madrid podrían provocar tal choque con la realidad. Fueron miles de abrazos, la compañía de una gran persona, mi mejor amigo. Sería exagerado decir que el me brindó la oportunidad de cambiar mi vida, volver a ser yo. Creo que incluso ahí conocí el amor. No lo sé. Parece una película sacada de los años cincuenta. Solo sé que me bastaban las noches en vela, luchando por el reino del colchón, horas de risas y reflexiones con una bañera llena de espuma y algún brindis. Cerveza, cigarros, sabían tan bien, se me olvidó ese tipo de costumbres. Había olvidado a reflexionar y calcular mis pasos, que más daba, siempre me daban lo que deseaba. Y hablando de cálculos, amé los momentos en los que la espuma se desbordaba y el suelo parecía una llanura recién nevada en la que poder jugar. Recuerdo las carreras con el patín a través de los pasillos, como nos colábamos en habitaciones de desconocidos que con los días, fueron hasta amigos. La vida sobre ruedas parecía irreal, aquellos tres días era como estar en el paraíso, no quería despertar.
Aunque la soledad venía acompañada de cigarros y melancolía, despertaba añorando Madrid y su gente, me acordaba de él, de nosotros, en que estaría haciendo. Pero bastaba con sentarme en la ventana jugando con el humo, viendo como el niño dormía y mientras, los demás competían. Y así fue como mi mente voló y creo que se enamoró, a base de observación, de curiosidad y traición. ¿Bicis? ¡Por favor! Lo mío era el Skate. Nunca imaginé que acabaría tan loca y obsesa por un deporte, otra vez. Por eso, me infiltraba entre la multitud, tomando fotos, asombrada de la elegancia que derrochaban. Algo en ese deporte me devolvió la ilusión. Quien diría que acabaría probándolo, queriendo progresar, juntarme con su gente, saber más. En ese momento cambió algo en mi vida por completo. Cambió el conocer gente, volver a reír, despreocuparme por Madrid, volver a ser libre y aprender que amar, querer, es romper todos tus principios. Lo que nunca supe es cuando llegaba ese momento, y menos pensé que vendría en forma de abrazo.
O'Marisquiño 2o12
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