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domingo

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Todos tenemos días delicados, esos que recuerdas con más cariño o por el contrario con más dolor. Días en los que buscas cariño o algo que renazca las fibras de tu ser. Crear un éxtasis en las células de tu cuerpo, un escalofrío eléctrico que diga "este es el día". Veinticinco de octubre del dos mil trece: primera fiesta de la facultad plasmada en el amargo sabor de un mensaje de texto y tan amargo como la compañera que vomitaba borracha en el taxi que la llevaría a un lugar que no es su casa. Veinticinco de octubre del dos mil catorce: el sonido irascible de una aguja sobre tu piel y la amargura de un amor prohibido. Veinticinco de octubre del dos mil quince: la amargura de recordar que es veinticinco de octubre contrarrestada con el dulce sonrisa de aquella persona que sin saber como, se convirtió en toda tu vida. Y cuando quieres darte cuenta, ya no hay veinticinco de octubre. Ya no hay dos meses, no hay cortes de pelo supersticiosos, ya no hay andares con el rabo entre las patas. Ni vergüenza, ni miedo a decir lo que piensas. Madrugar a diario con un posit en el marco del espejo es todo un reto. Decía: haz lo que tengas que hacer para reencontrarte con sus besos. Y lo haces, con una sonrisa en los labios. Un mensaje de texto dejó de ser puro miedo para ser ansia de un "buenos días". A las nueve y media de la mañana de promedio, por lo menos. Y así sientes que es tu día a día. Una emoción y una vocación volcada en un único cuerpo vivo. A veces me recuerdo, sola, perdida. A veces recuerdo mi torrente sanguíneo de mustangs corriendo, libres, como aquello que solía ser, sumisa ante el miedo, luchadora ante el fuego. A veces me recuerdo y pienso "que bueno fue encontrarme y que me echaran el lazo sobre el cuello".


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