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Me es indiferente no ser capaz de odiarlo, aunque realmente quiera pero hay algo en la forma en que habla, como se ríe, rompe mis esquemas dejando todas mis hipótesis rechazadas. Me pone de los nervios ese ridículo análisis que me haces, aún haciéndole yo lo mismo a los demás, o la manera en la que suelo estar tensa a tu lado, avergonzada, porque parece ser que es verdad que con una mirada sabes lo que estoy pensando. Te rehuyo, te niego, agacho la cabeza y tu te ríes mientras a mi no me hace ninguna gracia. Son esos detalles que tienes de ignorarme y en el momento menos esperado cogerme de la mano, por ejemplo. Es ridículo, soy ridícula... ¡No! Tu eres el ridículo con esa estupidez de "quiero ver de que vas" y la ignorancia que muestras ante mis palabras. Pero una cosa, claramente, es lo que dices y otra, lo que haces y eso vale más que dos palabras.
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