Cuánto le costó cerrar los ojos e imaginarlo todo. A veces ni dormía, inundada en la insomnia de volver a verte. Esperaba y esperaba y tu nunca la recordabas. Empezó a creer que las pérdidas de tiempo se habían convertido en su nueva afición. Como tú, una auténtica pérdida de tiempo. Con tu piel tostada horas al sol, cansada de trabajar, tu pelo siempre mal peinado que a veces te hacía parecer un expresidiario, tus ojos tan oscuros imposibles de distinguir entre la noche. La estúpida dejó medio equipaje en un rincón de tu corazón creyendo que cada vez que atravesara el umbral de ese jardín se sentiría como en casa. Y es que la vi, te juro que la vi como sus ojos se inundaban de miedo y felicidad al volver a oler la hierba, las golondrinas volar buscando refugio en el porche de aquello que un día se dignó a llamar hogar. Aún recuerdo como se le erizaba la piel con el tacto de la barandilla que conducía a tu habitación, con ese ligero olor a tabaco que nunca la llegó a desagradar. Y lo único que quería hacer era volver a asomarse a la terraza en bragas. Contigo a su lado, sin que te avergonzaras de cómo se llamaba. Ni que te rieras al mencionarla, ni la hacieras sentirse estúpida con cada palabra que entonabas. Lo que ella deseaba en ese momento era verte dormir de la misma manera que lo contaba en cuadernos rotos, escritos por, para y sobre ti. Pero esta vez no te despertaría ni te haría de rabiar, no saltaría sobre tu espalda ni gemiría como un gatito al que hay que amamantar. Disfrutaría de esos minutos junto a ti, y se seguiría preguntando que hizo ella para merecer que no la abrazaras. Solo recuerda una vez en que la abrazaste e indirectamente la dijiste que la amabas.
¿Sabes? El otro día me la encontré. No quiso volver a saber de ti, o eso o me mentía. Mencionó que estaba harta de mentiras, de polvos a escondidas, de promesas falsas y esperar que cumplieras tu palabra de irte con otras tías. Estoy segura de que me mentía porque agarraba con fuerza la mano de aquel con el que parecía que se comprometía. No para demostrarle que le amaba, lo que quería era evitar que las lágrimas corrieran por su cara, tan descontroladas. Siempre fue una chica fuerte, sin problemas, nunca quiso hacer mal a nadie y jamás acabó enamorada. Le dije que estabas bien, porque sus ojos a gritos lo clamaban. Y allí acabó la conversación. De haber podido, te juro que hubiese salido corriendo, pero caminó en dirección contraria, firme, como siempre quiso que la recordaras.
Y yo sólo pude mirarla de lejos pensando "que manera tan estúpida de vivir"
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