Siento haberte decepcionado. En realidad, creo que es demasiado fácil hacerlo cuando no espero nada de mí misma. Ni siquiera sé quién soy. Llevo unas semanas en las que parece que el mundo se esté encogiendo, y cada vez hay menos aire, y yo me pongo más nerviosa. Hace mucho que no lloro. Mi tristeza es una de esas que se ocultan por vergüenza. Sé que hay motivos suficientes para ser feliz, pero si me pongo a buscarlos no los encuentro. Y eso me desespera, así que ya ni me lo propongo. Ahora me dejo marchitar, como le puede pasar a una flor que no puede luchar contra el invierno. Sí que es cierto que luego llega la primavera, y de aquella flor vuelven a brotar los colores de otra vida. Han sido millones de años de evolución. A mí, sin embargo, sea la estación que sea, nunca se me ocurre recuperarme. Hoy, por ejemplo, al despertarme y mirar por la ventana, y ver el día gris que hacía, me he dicho “ni lo intentes”. Y desde entonces estoy ahogando la soledad en alguna esquina de la casa, como si tratase de adoptar la postura más cómoda con la que sentarme a esperar algo. Ni siquiera sé lo que espero. Qué putada más grande. Ojalá tú estés siendo muy feliz. O feliz, a secas. Miénteme, si acaso no lo estás siendo. Necesito saber que alguien supo salir a tiempo de esta debacle, y que hay vida después de aquí. Cuando yo me doy cuenta de que estoy condenada a quedarme, me gusta pensar que en el mundo tiene que haber un necesario equilibrio. Y que algunas personas tienen que perderse del todo, para que otras puedan apreciar lo maravilloso que debe de ser haber encontrado su lugar en el mundo. Prométeme que encontrarás ese sitio. Yo me perderé por ti, si hace falta.
En un mundo de grises
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