Despertar por la mañana y apenas ver nada. Aunque cuando pasan los minutos empiezas a disfrutar del pequeño detalle que te proporciona el sol, la luz tenue que se esfuerza en repartir calor. Es entonces cuando, después de un par de estiramientos en vano y cuatro peleas con mi gato, vuelvo a coger el bolígrafo para seguir continuando aquel dibujo en la pared que no he terminado. Aún así, apenas he avanzado. Un día nuevo, un maldito día en el que me autoencierro en cuatro paredes pensando que voy a hacer algo. Lo dudo bastante, quizás avance cosas que realmente me gusten como el inglés y terminaré aquel libro de cuentos para pensar. Y ya está. Aquí está mi reina para dejar que la abrace una vez más, como cada mañana, adoptando el ritmo de su ronroneo.
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