Aprovechando la estancia del ordenador aquí, en este lugar, decidí escribir al ritmo de cada tecla también. Sí, el cuaderno está bien, de hecho se está llenando, pero el problema es que soy una vaga y no me gusta pasar las cosas escritas a mano a una pantalla, es tan estresante, como cuando intentas copiar la letra de una canción a medida que la escuchas, el botón del play y el pausa acaba más calentado de lo que estará ahora Madrid. Aquí hace frío, en serio, además, cabe una gran posibilidad de que me haya cogido un resfriado. Recuerdo una vez que me miré en el espejo, así más o menos en abril, y me dije “Este verano va a ser solo para ti”. Decidí cambiar mi imagen, hacer locuras que nadie se atrevería a cuestionar.
Y aquí estoy, caminando por tejados sin sujetador agradeciendo que haya dejado de llover. Aunque no lo agradezco solo por eso, también porque ella me dio la oportunidad de hacer las cosas bien. Me cuido, me mimo y, aunque aquí no está todo lo que quiero, lo disfruto. Dibujo, escribo, el pequeño Dimitry anda algo loco y se le ha olvidado enfocar, espero que se le pase pronto. Aprendí algunos conceptos como porqué las cabras están locas. Entendí que existen más aves que las golondrinas y los gorriones. Malditos, todos los bichos de aquí por alojarse junto a mi ventana y despertarme. Son como tragaperras. Y no pienso, no recuerdo, solo imagino locuras próximas a las que nos invita el verano. Me imagino y deseo encontrar un entretenimiento y con él ganar dinero. Siento libertad, poca, pero la siento. Y tengo una pelota que bota fingiendo ser la Tierra. Y no le sale como a mí no me sale ser perfecta. Por lo menos asimilé que ya no volverá el dueño de mis lunares. O sí, pero de otra forma. Con un beso en la frente y un parpadeo, se
despide así el abrazo.
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