Ha sido un mísero paseo para hacerme viajar en el tiempo una vez más. La ciudad tenía más color, aun estando en Febrero, exactamente un catorce de Febrero. En esa calle aún se conserva la mejor floristería de la ciudad que en aquellas fechas rebosa de personal, la gente alterada compra las típicas rosas rojas para sus enamorados. Y yo me recuerdo esperando dos horas para que mi mejor amigo pudiese comprarle un ramo a su novia. No le di importancia al esperar. También había una tienda de animales en la esquina que justamente daba a un callejón y un portal. Solía sentarme con mi hermano en los escalones o pegados al cristal intentando acariciar indirectamente aquellos cachorros de San Bernardo. En ese momento, inundada por una rebosante felicidad me vi abrazada por el pasado, me dirigía a una mercería de barrio a ver si podían arreglar mi chaqueta favorita de hace dos años. Gente amable y un final feliz. No sé porque me cuesta describirlo.
viernes
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