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miércoles

Alone

Hace un año murió mi abuelo. Recuerdo perfectamente el día y la sensación que tuve. Pero eso solo duró un segundo, porque recuerdo que estaba tan concentrada en no suspender los exámenes, que no tuve tiempo de asimilarlo. Ni de cometer ningún error, al fin y al cabo seguía de prácticas. Lo recuerdo bien porque fue a finales de febrero donde tuve un leve parón. Y todo se terminó, por un tiempo, una semana exactamente. Lo primero que hice tras acabar el último examen fue llegar a mi casa, sentarme y llorar. Lo recuerdo bien. Porque lloré todo lo que no pude llorar a mi abuelo. Lloré toda la rabia, toda la frustración que había acumulado en el cuerpo. Y me dormí, no recuerdo exactamente cuántas horas. Pero sentí que hasta ese momento, no había descansado.

Esta es una de las muchas historias que viví durante cuatro años. Sentimientos acumulados que tenían que ser aplazados porque literalmente en ese momento no me lo podía permitir. Decepción, rabia, ira, dolor. Personas que decidieron irse pero no sin dejar huella, de esas que escuecen. Y yo manteniéndome fuerte, como un pilar. Vi cosas horribles, me dijeron cosas horribles. Hubo un día que tuve la vida y la muerte literalmente en cada mano. Nunca sabré expresar exactamente esa sensación.

Tampoco soy una persona de hablar las cosas. Prefiero esconderme, debajo de mi duro caparazón. Pero de repente sientes que la pesadilla a terminado. Que ya será todo tuyo, toda la responsabilidad. Y solo quieres sonreír. Entonces ¿por qué solo quiero llorar? ¿por qué me siento tan abandonada?

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