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miércoles

Amaia

-¿De qué se trata?

-De una depresión...-Balbuceó

-¿Depresión? ¿Cómo? ¿Hasta cuando..?

-No durará mucho.-Sus manos parecían limpias pero era incapaz de dejar de frotarse las manos.-Es consciente de su situación, sabe que tiene el autoestima muy baja. Por ello sabe que tiene que cambiarlo. Pero hasta que eso ocurra, tardará. Me sorprende que le halla afectado hasta tal punto, no sé, las personas de su edad no suelen tener depresiones, no por esto.

No sabía hasta que punto se equivocaba. Pero no debía mantenerse quieta, debía continuar. No podía seguir colocándose, ir puesta hasta las entrañas de cualquier droga dura mezclada con alcohol. Sus ojos la delataban y seguramente, el día en que volviera a la facultad, volverían a plantearse su presencia en aquel edificio. Ya había dado suficientes problemas, suficientes lágrimas, momentos vagando de una pared a otra. Se tenía que terminar. No podía seguir dependiendo de sus pasos. No mientras la mentira siguiese comiéndola por dentro. Quizás sabía que él debía haberla retenido de la misma manera que retenía su orgullo. Era consciente de que ella era capaz de pisar, machacar y hasta quemar su orgullo con tal de no decir nunca la verdad, no mientras él se lo hubiese pedido. Por su futuro, su amistad, sus juegos... ¿Pero qué había de sus sentimientos?

Amaia se sentía confusa. A diario, en sus minutos de soledad, se asomaba a la ventana y encendía un cigarro mal liado- Ahí revivía recuerdos, frases y a veces sentía sus besos. Por eso gritaba a diario, por eso salía a correr y era capaz de esprintar olvidándose del daño. Sólo quería eliminar esa presión en el pecho, ese dolor. Se había olvidado de su cara, de su cuerpo, sus gestos, hasta de la maldita y jodida matrícula de su coche. Aunque no eran esas cosas las que recordaba, demasiado material para sus hazañas. En cambio recordaba su voz, los gritos de su hermano, las risas de su familia en una terraza de verano, a su primo saltando. Era capaz de recordar el peculiar olor de la cocina, el polvo de cada uno de los peldaños, el humo del tabaco. Su sonrisa, imperfecta pero tan perfecta para ella. Su tono de voz elevado, luchando por tener razón. Su olor a verano. Era capaz de recordar lo poco que ahora mismo quedaba de él. Si es que existía. Pero ella sabía que seguía con vida. A veces aparecía en noches tranquilas, reflejado en sus ojos, quejándose como un crío, besándola con cariño y haciéndola el amor hasta desgastarla. E indudablemente fue consumida por más de una sola caricia.

Amaia se sentía confundida. Sabía que saldría de esta. Eso dijo hace un año. Y quizás hubiese sido más fácil si no le hubiese dejado entorpecer el paso. Pero ¿Y ahora? ¿Sería ahora fácil o... sería un auténtico infierno?

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