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viernes

Dudarte tanto es otra forma de morir

Me he despertado con la ilusión de tomarme un café bien espumado, fuerte, cubierto de canela que impregne de olor la cocina, y mi ropa, las ganas de verte. He tenido una conversación con el reflejo de la ventana y me insiste en que deje de buscar excusas para no merecerte. Dice que tengo demasiadas heridas abiertas que están sanando pero que, de alguna forma, y no quiere mirar a nadie, se renuevan cuando ya están cicatrizando. Me acusa de masoca y homicidio mental. A veces llego a creer que me odio aunque sea una mínima parte, pero reconozco que mi ego es grande como el sol y admito que eso es impensable. Pero a su vez, no me permito ser feliz. Ni que lo sean a mi lado. Es una constante lucha de caer en lo contradictorio e intentar convencer al resto de que existe una lógica obvia entre lo que hago y lo que digo.

Al parecer soy un personaje ficticio que existe únicamente en mi cabeza. Si la gente tuviese que hablar y definir este ente, estoy segura de que cada uno diría cosas muy distintas. Algunos dirían que soy romántica, otros que soy demasiado buena, una arpía, sentimental, borde, cría, enfadica, soñadora, realista, pesimista, farsante, fría...

Y todas esas definiciones serán verdad. Porque miento más que hablo, trato de ser una persona que jamás seré, me preocupo demasiado por los demás y a la  vez me importan más bien poco, soy directa y sincera y creo en el amor pero afirmo firmemente que no está hecho para mí. Me creo guapa y a la vez sencilla, me creo elegante de noche y perroflauta de día, me bauticé como la persona que conserva veinticuatro cosas que nunca te dijo y la que habló para mover montañas cuando se lo permitió el tiempo. Soy fuerte, valiente y estoy segura que puedo vencerte si quiero. Pero es que si te quiero... Serás el talón de Aquiles que me desnudará hasta convertirme en vulnerable, débil y cobarde. Negaré mis palabras y haré que poco a poco, quieras marcharte. Y una vez más, volveré a negar que no me odio, que me permito ser feliz pero sin nadie a mi lado, que no lo necesito aún cuando quiero intentarlo.

Me he acostado con ganas de saborear un whisky frío, con dos, tres hielos. Con la intención de sumergirme en el agua que cubre esta bañera y por un segundo, sentir la angustia de no poder respirar. Sentir el miedo de que algún día todo puede terminar.

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