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martes

Jhony's Girlfriend

Estaba cansado de tonterías, llegó al extremo de odiar el silencio. Hubo días en las que le agotaba ver una sonrisa. Acabó harto de pasajes y escondites que solo algunos conocían. La odió a ella, a sus manías, sus suspiros y abrazos inoportunos, se cansó de las sonrisas que tapaban los silencios, de las frases que soltaba sin sentido, se cansó de estar tan lleno con tantas tonterías. Eran cambios de humor, tenía la necesidad de abrir su corazón pero él no lo vio, o quizás sí, pero de lejos, cuando ya borró el camino. Sonrisas rotas entre detalles infantiles, lazos desatados y miradas despeinadas por el viento. ¡Qué maravilloso era eso! Cada poro de su piel era un laberinto al que le quedaba por crecer. Entonces él acariciaba su rostro en cada amanecer, le gustaba la manera en que se perdía en sus ojos, le encantaba esa manera que tenía de soñar con la cabeza sobre la tierra. Los bailes eran lentos al enredarse sus pies, las horas largas sentados en algún tejado donde nadie los pudiese ver. ¿Qué podía decir de ella? Tan bruta pero a la vez tan frágil, con sonrisa de niña pero coraje de mujer. Una rosa como otra cualquiera, con más espinas de lo normal. Acabo harto de tanta paranoia, de tanto beso al hablar, se cansó de eso, de la ausencia de palabras, del malestar que provocaba en su corazón. No podía soportar la carencia de respuestas ante mil preguntas provocadas por una especie de estrés o miedo a algo, a traición, a algo convocado por la desesperación. Le gustaba expresar lo que sus ojos veían, quizás ante la duda de una respuesta allí estaba ella, con algo que eliminara la tensión. Para un día triste estaba su sonrisa, su infinita voluntad de regalar abrazos, la extraña necesidad de dar amor. Para cualquier momento, ella tenía la solución. Pero era un desastre, no conocía el amor, arriesgar era difícil y más ante una especie de robot. La declaró fría y con un auténtico descontrol. La odió por sus errores, la odió por sus defectos, por la desesperación que padecía a causa de ellos. La odio por mil motivos pero nunca averiguó cual de todos ellos era cierto. Ahora no sabe si fue un pedazo más de su día a día o si realmente le robó el corazón. Porque él sabía que no volvería a tomar un café igual, que no volvería a notar el aroma a vainilla, que ya no habría cigarro con el sabor de sus labios, que los pájaros carecerían de sentidos al igual que su volar. El agua ya no sería del color de sus ojos y las nubes tornarían continuamente ese color gris el cual ella adoraba. Captar sonrisas estaría de más, no tendría sentido ya que no habría ningún sentimiento transmitido. Ya no sabe si quiere regresar al mar en compañía de sus sueños. Al fin y al cabo no sabe que pensar. Llevaba años sin recordarla, pensó que no habría razón para llorarla. Quizás no hay cosa que más extrañe que el rozar de su nariz contra la suya. Quizás simplemente haya sido un simple recuerdo que se marchará en dos horas. Los desastres eran para ella, los errores eran sus amigos, el misterio su apellido y el silencio, su único amante.

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